Conversamos con el artista plástico “Yuyo” Noé, autor de la obra que reproducimos en el almanaque de hoy del año 2016. Además de agradecerle su generosidad de compartir su obra, en esta entrevista aprovechamos para preguntarle su opinión sobre el arte, política y los cambios que en el mundo hay.
Luis Felipe Noé –“Yuyo” lo llaman sus amigos y familia artística– es uno de los artistas plásticos contemporáneos del neoexpresionismo, con gran relevancia nacional e internacional. A sus 82 años, mantiene como nunca su actividad artística y recientemente presentó Mi viaje, cuaderno de bitácora, su autobiografía, en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires que refleja la inmensidad de su trabajo y, en gran medida, resume la historia del arte argentino y latinoamericano. Noé, entre los años 1961 y 1965, formó parte del grupo Nueva Figuración Argentina, integrado también por Ernesto Deira, Rómulo Macció y Jorge de la Vega.
Vivió en París y Nueva York. Desde 1987 vive en Buenos Aires en su antigua casa de San Telmo donde su arte palpita desde el primer peldaño. Interrumpidos en dos oportunidades por el llamado de sus dos hijos que viven en París –uno, Gaspar Noé, reconocido director de cine–, una angustia lo atraviesa al comenzar la entrevista: “Mi nieta iba a ir al concierto de Bataclán”. Se refiere al atentado del viernes 13 en París y un silencio devastador de lo inimaginable irrumpe en el diálogo. “Me robaron cinco cuadros de una galería, pero nada se compara con lo que está pasando”, sentencia.
El mundo está muy loco
“Yo soy muy paradojal, soy un oxímoron: escéptico y optimista. No soy un pesimista, pese a mi escepticismo. Pero aunque el mundo está muy loco, hoy es más consciente”. Los acontecimientos en el mundo no parecen ser ajenos a la vivencia del caos y se ve obligado a explicar: “La expresión teoría del caos viene de la física y de alguna manera se está refiriendo a lo impredecible. Yo creo que lo que caracteriza a la dinámica tan veloz de contradicciones, es cada vez más asombrosa, estamos sumergidos en lo imprevisible. El caos puede ser desencadenante de desórdenes pero aparentemente hace órdenes y de repente se transforman en otros desórdenes y está entrecruzándose todo el mundo.”
Para ilustrar la vertiginosidad del caos, Noé recurre a una anécdota en el año 64 en Nueva York: “Malcom X va a dar un discurso al partido trotsquista. Empieza a hacer una gran crítica a los blancos y lo empiezan a aplaudir. Pero cuando llega a decir que la gran oposición que viene en el mundo será del mundo musulman con el judeocristiano, yo dije este tipo está totalmente loco. Pienso eso y mirá lo que está pasando con el mundo hoy. En los 60 escuchaba hablar del black power (poder de los negros), y yo pensaba ¿qué poder si no tienen poder acá los negros? Y ahí aprendí una lección política: Afirmando el poder sostiene el poder, aunque no lo tengas. Decir en esa época Estados Unidos va a tener un presidente negro, era una suposición impensable. Era impensable como probabilidad próxima pero se lo podía formular como tesis eventual. El matrimonio de personas del mismo sexo, eso ni siquiera se podía suponer como eventual. El mundo está avanzando de una manera extraordinaria. También hay luchas. Y los que ayer eran enemigos, hoy pueden ser aliados… Los que apañaron al Estado Islámico dicen que quieren combatirlo porque crearon a Frankenstein. La transformación del mundo es político”.
—¿Cómo ve el arte, la cultura y la política?
–Política es todo: Desde que uno sale a la calle y saluda al vecino, va manejando el todo de las cosas, vuelve y pinta: pinta su contexto y de alguna manera se va definiendo. Siempre se va definiendo políticamente aunque haga un cuadro abstracto. Las naturalezas muertas que hacía Braque durante la Segunda Guerra mundial, son cuadros de grandes extensiones y en el interior hay como una ruptura, una sensación de algo que se rompe en la vida interna de la casa.
Entiendo que el problema de definición es importante porque el artista trabaja con la percepción sensible del mundo entorno. Eso, desde ya, es un hecho político. Ahora, que sólo el arte político sea pintar cuadros que refieren a anécdotas políticas, no lo creo. Creo que cumple una función política al reflejar su época. Uno conoce la historia a través de la historia del arte, mirando imágenes. Eso es quehacer político. Ahora, las anécdotas, son otra cosa. Las anécdotas te hablan del grado de sensibilidad, del compromiso del artista. Un artista bien político como Ricardo Carpani sin embargo tiene cuadros de amantes, también habla del tipo desubicado en el exilio y demás. Uno en la vida cotidiana habla de muchos temas: habla de temas políticos, de temas amorosos, habla de pequeños temas cotidianos. Lo político me parece que trasciende la pequeña anécdota.
Cuando yo hablo de caos, hablo de mi visión de mundo contemporáneo. Si me piden que pinte algo sobre lo que fue la dictadura militar, ahí hago un recorte de mis impresiones. Yo me fui a Francia un poco después del golpe militar de 1976, allí me entero que estaban arrojando a los presos políticos al río, y yo hice un cuadro que es un bicharraco del cual caen un montón de cuerpos tronchados. Tenía que hacer una exposición en Buenos Aires, mandé los cuadros, y se llamaba Esto no tiene nombre. Ahí estaba hablando de algo concreto. Pero todo depende de cómo se sintoniza. Ahora, yo creo que siempre me estoy comunicando con el mundo entorno. En esa medida creo que hago cuadros políticos, aunque a veces, mis pinturas no son de comunicación muy fácil.
–¿Es el arte necesario? Y ¿Cuándo la cultura es crítica social?
–El arte es necesario ante todo para el artista. Es un ejercicio de algo esencial en el hombre. El hombre deambula entre las cosas como el resto de los animales, con la diferencia de que los animales no denominan las cosas. Ese lenguaje que el hombre crea es una ficción. Y esa ficción es lo que flota por encima de la realidad de los hombres. Está la realidad y la ficción. En esa ficcional pasa de todo. El lenguaje se maneja con códigos, pero la capacidad de renovar una ficción es de los artistas. Y a través de la ficción el artista trata de entender la realidad. Entonces ahí se produce un “diálogo” entre la ficción y la realidad.
Ahora, la ficción que hace el artista puede ser más o menos comprometida, dependiendo del momento histórico. No necesariamente es crítica social. Yo creo que el campo de la creación artística es muy amplio, pero si es realmente trascendente, la crítica social está latente. Una obra como Esperando a Godot (obra de teatro de Samuel Beckett) de alguna manera está diciendo algo, algo de crítica social.
–En los 70, cuando se distanció de la pintura, ¿volvió por escepticismo o por extrañar el quehacer plástico?
–Yo dejé la pintura no para militar sino porque había llegado, con la voluntad de asumir el caos, al planteamiento de instalaciones muy complejas que no podía guardar, ni trasladar y menos vender. Coincidentemente, entendí que había que participar más en la realidad. Entonces, fue un tiempo en el que varios artistas tuvimos un conflicto con el simbolismo del arte, entre ellos León Ferrari, Pablo Suárez, Renzi, Margarita Paksa. Pero de algún modo tenía que vivir y una de las salidas fue enseñar pintura. Empecé a pintar de nuevo a través de mis alumnos y volví al plano. Entretanto, la participación en la realidad de los años 70 se estaba poniendo difícil. Y poco a poco empecé a extrañar el arte. Cuando volví al plano, volví a la pintura. Pero pasaron nueve años. Todos volvimos. Unos cuantos artistas hicimos una pausa. Yo volví, e hice una exposición justo antes del golpe. Vino el golpe y me fui a Europa. Allá pinté mucho; incluso, de tanto en tanto hacía exposiciones en Buenos Aires. Al principio mandando las obras. Con cierto temor, viajé después.
–¿Cómo cree que tiene que ser la participación del Estado en la promoción del arte?
–Yo creo que es muy importante que el Estado promueva el arte. Uno conoce una civilización griega por la actuación artística, pero sobre todo la actuación visual. Uno dice Grecia y uno tiene una imagen blanca. Son imágenes de época, elaboraciones culturales que se van enunciando. Lo malo es cuando esas entidades se asocian con poder. Los países centrales piensan que ellos conocen todo, que son los principales protagonistas de todo, pero lo que ignoran lo desprecian. En su petulancia niegan lo que pasa, y si pasa algo que ellos no registraron, eso “no existe”. Yo creo que un pueblo se va afirmando a través de su producción artística: como imagen de “aquí estamos”.
–¿Hay influencia ideológica desde el arte?
–Yo no creo que el arte gravite políticamente dentro de lo inmediato. Pero gravita históricamente como visión del proceso. Ahora sí, creo que la imagen, como la gráfica en general, en algunos procesos revolucionarios, sí puede tener su función. Carpani es un artista que fue bastante consciente de eso. Creo que un tipo como José Guadalupe Posada, que no lo hacía con un fin político, dio una imagen muy grande de lo que era México. Incluso el muralismo mexicano que parece tiene una inquietud política, nace de Posada; de ese puntapié de conciencia en el que expresó códigos de lenguaje que la gente entendía, que estaban latentes en la sociedad, como las calaveras. Y no fue un invento suyo sino que lo recogió de la sociedad.
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