miércoles, 11 de septiembre de 2013
jueves, 5 de septiembre de 2013
Obtusa y la Plaza Dorrego por el escritor Ulises Barreiro
Este cuento fue publicado en la obra Fantásticas historias de San Telmo en el año 2012.
Obtusa y la Plaza Dorrego
Durante el mes de Julio en San Telmo es difícil encontrar a los amigos de casualidad por la calle, y ya lo era en aquellos años de la bonita década de los ochenta. Ya entrado el siglo XXI, la cosa se potenció, pues el barrio, vaya uno a saber porqué, se llenó de turistas.
Es que justo durante el invierno frío del julio de San Telmo, por el hemisferio norte es verano, más precisamente, son las vacaciones de verano de los europeos. Como resultado de esto, el barrio se llena de gente. Pero bue- no, hay un lado agradable, pues alguno siempre algún pesito para el vino tira.
Me encontraba yo un viernes al mediodía caminando por Humberto Primo, en dirección a casa, perdón, ustedes le dicen Plaza Dorrego. Casa le digo yo porque debajo de ese gran árbol añejo que hay allí, suelo dormir; mientras los amigos tangueros tocan su milonga para los turistas; que nos miran con los ojos del estilo de “Malinoski”, observando todo cuanto acontece en la exótica plaza.
Ese viernes caminando por Humberto Primo, no podía ver a ninguno de mis amigos del barrio. Mis amigos eran como yo. Y con ellos teníamos mucho en común, como por ejemplo, ninguno de nosotros tenía casa pro- pia ni plata para alquilar una piecita por el barrio. Hacíamos algunas changuitas como para poder comer, aunque muchas veces, bah… la mayoría de ellas, los que trabajaban en los restaurantes nos tiraban alguna sobra y comíamos de ahí.
Al llegar a la esquina de Humberto Primo y Defensa saludé a Cacho, el verdulero de la esquina, que estaba acomodando unos cajones de manzana… Cacho de día tenia una verdulería y de noche le dejaba el lugar a los pibes del barrio para que le vendieran gilada a los gringos, claro está, a cambio de un peaje monetario para el bolsillo. Después pasaban a buscar su parte los muchachos de Tacuarí y San Juan. Acá es así, comen todos o ninguno.
-¡Buen día Cacho! -Le dije al verdulero mientras le levantaba la mano izquierda haciendo un ademan. -¿Que hacés Obtusa? -Me preguntó Cacho sin darme mucha bola. - ¿Lo vistes al Yeti? -Le pregunté sin que realmente me importara si me prestaba atención o no.
-¡Hay que buscarlos por el olor! -Me dijo Cacho mientras seguía tocando las manzanas que quedaban expuestas sobre la calle Humberto Primo.
-¡Si! ¡Pero el barrio en estos días huele más a Chanel que a sudor! -Le contesté.
-¡Que huela a lo que sea a quien carajo le importa!
-¡Al “Yeti” no lo vas a encontrar!- Me respondió el jovencito adolescente, Washington, el ayudante del verdulero Cacho, que era de la linda ciudad de Montevideo y vivía hacía unos años en San Telmo.
Washington tenía una historia increíble en su espalda. Era huérfano de madre y había convivido con su padre y su hermano mayor en una casa grande con patio y terraza, y una despensa típica de la época, haciendo esquina, donde el padre vendía quesos, fiambres y todo tipo de alimentos. La despensa estaba a tres cuadras de la vieja cancha de Peñarol en Montevideo.
Pero un día le agarró un pire a este loco y con tres amigos más se cruzaron el Río de la Plata en un bote a remo, sin documentos, sin papeles, sin nada más que una mochila, pero bueno; esa es otra historia, que se las cuente algún día Washington o pasan por ahí y se lo preguntan ustedes.
-¡No la vas a encontrar! -Me repitió Washington.- ¡Ayer lo vi y se había bañado! -Después de decir esto se llenó su boca de risas. Confieso que me sacó una mueca de alegría el solo hecho de pensar que el Yeti se había bañado.
-¡Dale pendejo dejá de boludiar y ayudame que para eso te pago! -Le cortó el mambo Cacho de mala manera, como de costumbre hace la patronal.
-¡Gracias che! -Le dije a estos dos locos, que siempre se trataban mal entre ellos, aunque el patrón ganaba siempre a la hora de enumerar los maltratos.
Aunque Washington siempre decía: “¡Qué le hace un adoquín mas al barrio!”
Benito, viejo borracho de estas latitudes, que justo venía caminado por el costado del cordón, buscando alguna moneda que algún turista, como era costumbre, dejaba caer, dijo: “¿A quién? ¿En dónde?”. Claro, no acababa de comprender el sarcasmo de Washington. Pero ya de temprano estaba ebrio así que siguió su camino sin pensar tanto en el adoquín. Yo tampoco quería estar más en la verdulería así que seguí caminado por Humberto Primo y a la mitad de la Plaza me crucé hacia allí.
Ya caminando por casa, perdón, por la plaza, siento que alguien me llama: “¡Obtusa! ¡Obtusa!”. Me gritaron, giro la cabeza hacia la derecha y lo veo a Tito que me dice:
-¡Che al Yeti lo vi recién y te está buscan- do! Me sorprendió verlo bañado y con el pelo recogido. Es tan feo que lo rebauticé “Gar- gajo”.
Al decir eso me tiró una piña. La esquivé justo a tiempo sino me tumbaba, porque Tito era morrudo. Mientras se seguía riendo del nuevo apodo que tenía para el yeti yo le pregunté:
-¿No te dijo a donde iba?
-¡No Obtusa! No me dijo. -Y repitió en voz alta-. “Gargajo” -a lo que le siguió una tremenda carcajada. Siguió caminando solo, vaya a saber hacia donde…
Ya con todas las esperanzas perdidas de encontrar a mi compañero de rumba “el Yeti”, me senté en los paredones de cerámica que contenían a este gran árbol de mi casa, perdón, de la Plaza Dorrego.
***
Después de estar un rato sentado, pasó Latur caminado. -¡Hola Obtusa! ¿Cómo van tus cosas? -Supongo que un poco mejor que los órganos de las plantas vasculares, que aunque traten de hacer la fotosíntesis dudo que puedan luchar contra tanta polución…
Latur, sin comprender demasiado mis palabras, dijo:
-¡Veo que estás a tono con los majaretas del barrio!
-¡Con el barrio no! -Grité yo sin saber porqué. Grité por instinto al escuchar la palabra barrio.
-¡Poemas de Kabir! –Interrumpió una voz femenina dulce y suave.
Sí, era la bella María Nieves. Una joven que todos los mediodías leía con un megáfono de por medio algunos poemas de Kabir. Y los transeúntes que pasaban le depositaban en un sombrero las monedas que creían necesarias para pagar el sonido de tan dulces palabras.
-¡Obtusa! -Me dijo con tono de impás sobre nuestra discusión Latur-. Es la hermosa María Nieves.
No tuve tiempo de responder; los dos nos quedamos observando a la dama de los poemas bellos.
-¡Les voy a recitar unos poemas maravillosos de Kabir! -Dijo presentándose María Nieves ante no más de 10 personas, de pie frente a ella.
A unos seis metros estábamos Latur y yo, escuchando atentamente.
-¡Los colores generan más colores! Para Kabir solo hay un color. Respóndeme si puedes, ¿De qué color es un ser vivo? -Así empezó este mediodía a recitar María Nieves.
-¡Bellísimo! Dijo Latur mirando como anonadado.
Yo parecía salido de un poema de Kabir. Mis vestimentas eran simples, sugerían que me importaba poco el que dirán y como buen amante de las plazas, mis ropajes estaban siempre llenos de tierra.
-¡Ahora les leeré otro poema! –Exclamó María Nieves, mientras una paloma blanca y negra le revoloteaba cerca como agradecida por las palabras que recitaba.
-Tienes la muerte, amigo, posada en tu cabeza. ¡Despierta de una vez! ¿Cómo puedes dormir de modo tan profundo estando situada tu casa en una calle tan ruidosa?
Varios espectadores permanecían meditativos tratando de comprender las palabras de Kabir, otros las habían captado. Nieves, sin darles tiempo comenzó a recitar otro poema. A todo esto nosotros mirábamos maravilla- dos, prestando muchísima atención como si nada fuera más importante.
-Un nacimiento humano es muy difícil de alcanzar. ¡No penséis en obtener más oportunidades! -Dijo Nieves con un tono más fuerte y agregó- Cuando ya está madura, la fruta cae. ¿Acaso alguien la ha visto saltar de vuelta hacia la rama?
-¡Hermoso! -Exclamó fuera de si Latur, sin importarle que estaba interrumpiendo el show de Nieves.
-¡Tranquilo! -Le dije para calmarlo. A todo esto, Nieves le agradeció a Latour. -Latur, sé que apreciás mucho a Kabir; ahora paso a leerles otro cuento muy bonito.
Ya van a ver que cuando les hablen a la oreja, una parte de ustedes va a recordar este poema y otra parte va a juzgar las palabras. ¡Una buena palabra actúa como hierba medicinal! Una mala palabra es como un dardo: entrando por la puerta del oído agujerea todo el cuerpo.
De las diez personas que estaban presentes, tres se pusieron a aplaudir y eso hizo que se acercaran cuatro mujeres más que andaban caminando por la plaza.
Latur y yo permanecíamos como hipnotizados por las palabras. En fracción de segundos, o al menos eso me pareció, María Nieves comenzó a recitar el último poema del día. Para Latur esto se dio en minutos y no en segundos, en fin; paradojas del tiempo y sus percepciones por la mente humana.
-¡Muchas gracias a todos por haberse acercado hasta acá a escuchar estas palabras! -fulminó María Nieves a modo de despedida- y por favor no se olviden de dejar alguna moneda en la gorra dado que yo vivo de esto… ¡Muchas gracias y los veo mañana!
Los presentes, uno a uno fueron y depositaron unos billetes. Los últimos en colocar dinero fuimos nosotros dos, porque nos agradaba conversar con María Nieves. Tanto Latur como yo pusimos cada uno un billete de dos pesos, no teníamos más, sino sin du- das lo hubiéramos puesto.
Conversamos un rato con María Nieves y ella se despidió. Tenía que ir al colegio a bus- car a su hija, que salía a la 1.
Recuerdo que la madre de María era hija de una de las tantas familias polonesas que habían llegado a San Telmo hacía años. Es más, el padre de María fue uno de los primeros hippies que usaron el pelo largo hasta los hombros por las calles empedradas de San Telmo.
A esta altura del mediodía me estaba picando el bagre, a Latur me parece que también, dado que los dos después de charlar con María nos despedimos y seguimos cada uno su camino.
***
Caminé alrededor de la placita un poco.
Di unas 3 vueltas porque al fin y al cabo me gusta caminar por acá. Después me acerqué a un gringo que estaba tomando una cerveza y vi como los añejos árboles de la Plaza Dorrego estaban en pleno proceso de fotosíntesis. Me pareció como si el tiempo se detuviera entre los árboles y yo.
Me di cuenta porque los gringos se asustaron un poco. Me miraban con la clásica mezcla de temor y curiosidad con la que se suele manejar la gente por el barrio.
-¡Disculpen amigos!
De los tres hombres solo uno hablaba es- pañol y ese me contestó.
-¿Que quieres Latino? -Me preguntó.
-¡Tranquilo! Que no quiero tu sangre -le dije sonriendo-. Solo quiero pedirles un trago de su cerveza.
Mis ojos ya habían dejado atrás la conversación mística con los árboles y sus procesos purificadores de oxigeno, y ahora se depositaban sobra el bonito envase de cerveza rubia.
-¡Michael! -Le dijo el gringo que hablaba español al otro, que era más gringo que los mismísimos gringos de Texas- ¡Dale tu cerveza!
-¡Oraid! -Dijo ofuscado en inglés y me entregó la botella entera.
Esta gente no sabe compartir momentos en comunidad, tampoco saben de beber con desconocidos del mismo envase. Vaya a saber por qué cuestión de la mochila sociológica.
Michael y los dos amigos yanquis cortés- mente me dijeron “¡Good Bye!” y siguieron
caminando por la calle Defensa. Bonito y menudo regalo para mí.
Sábado, dos de la tarde y botella de litro de cerveza rubia en mi mano; más que contento me fui hasta la sombra de un árbol enorme que está en el medio.
Pero antes de llegar oigo que alguien me interpela.
-¡Pibe! ¡Pibe! ¡Te veo hasta en la sopa!
Era Juan, un diariero de unos 80 años. Claro, yo con mis 30 era un pibe para él. Siempre solía decir eso el viejo cuando nos veía llegar. Y esta frase nos hacía reír mucho. Nosotros le decíamos “padre”, con cariño y respeto.
Recuerdo que cada vez que yo cometía un error, el viejo decía: “¿qué hiciste loco? un barquito de papel” y yo me echaba a reír. Pero escuchaba sus consejos siempre y con mucha atención, aunque no se lo demostraba al Padre.
***
Volví a encontrar al viejo en el barrio de
Retiro hace unos años. Él andaba con su nueva mujer. Iba por sus terceras nupcias. Habían tenido un bebé. Me contó que se había unido a un grupo religioso de moda por esa época, que se llamaba G12. Durante el encuentro charlamos un largo rato con el Padre y lo invité a tomar unas cervezas y fumar un cigarrillo.
Él me contestó: “No bebo más pibe, ¿y porqué en vez de fu- mar un tabaco no te fumás un poco de Jesús?”. Ahí entonces comprendí lo mucho que mi viejo amigo había cambiado. Conversamos solo unos instantes más y me dejó una tarjeta de su templo, invitándome a quemar cruces de madera y no se cuánto malambo religioso dogmático más. Yo le dije para no chocar -dado que el viejo era testarudo-:
“Dale Padre después nos vemos…”. Pero sabía que era la última vez que lo vería…
Luego me enteré por Cacho el mecánico de la Boca que el Padre había emigrado a trabajar –sí, a su edad…- en los cultivos de manzanas de Río Negro, junto a unos majaretas del barrio, Carleta, Hosfman, Casacarita y Catwel.
***
Disculpen, me fui por las ramas. Es que me
trae lindos recuerdos el viejo… Después de decirme que me veía hasta en
la sopa, le di un beso en la frente y nos des- pedimos frente al árbol. Fuimos con Latur
rumbo a su sombra. Llegamos a la sombra del árbol y nos sentamos.
Un joven que estaba escuchando con su mp3 unas canciones de Charly García, tarareando sus melodías, nos saludó. Con Latur sonreímos y le contestamos el saludo. El barrio era así, buena onda y sin problemas para nadie.
Ya sentados debajo del árbol y después de un lapso de silencio, verborrágico, Latur salió con uno de sus arranques y me dijo:
-¡Che! ¡Tengo una caricatura de Mara- dona! ¿Querés verla?
-No gracias, si ya lo tengo tatuado en la pantorrilla -le contesté. Y nos echamos a reír. Unas horas después nos despedimos y yo
me fui caminando para casa.
***
Era un lindo día en el barrio de San Telmo, el sol se levantaba a lo lejos por el este y des- de mi perspectiva se podía ver como la bola de gases productores de fuego lentamente se alzaba en el horizonte. Ahí fue cuando me pregunté si sería posible ver esto desde distintos planos y ángulos. Porque yo, siendo un ser viviente, podía ver todo lo que acontecía en mi mismo plano de tercera dimensión, a la cual estaba acostumbrado. Recordé entonces el sueño que había tenido la noche anterior, cuando me encontraba conversando con Carlos Gardel. Era su cumpleaños y yo le entregaba un maravilloso regalo…. En un envoltorio bien cerrado le daba una porción de papas fritas con un bella y sabrosa milanesa de carne… Y recuerdo vagamente las palabras de Carlos: “Gracias Obtusa, vamos a comer esto juntos”. Pero nos esa es otra historia.
Seguía yo acostado en mi cama, meditando… meditando sobre las dimensiones; que la tercera, que la cuarta…. Hasta que mi mente empezó a comprender que yo estaba en una cuarta dimensión.
Y a todo esto desde mi mente una voz respondió… “¡Claro que es posible! Estamos allí, en una cuarta dimensión”. Me resulta difícil explicarlo dado que hay que sentirlo primero para después poder comprenderlo, pero les trataré de explicar lo que se siente estar en una dimensión distinta.
Imaginen que una de esas manzanas que tienen ahí no estuviera allí… Piensen que esa manzana se encuentra observándolos desde una dimensión distinta, desde otro plano. Y de repente esa manzana decide bajar a su dimensión. Ustedes, desde la tercera dimensión verían cómo un objeto plano desciende del cielo -pues al pasar de la cuarta dimensión a la tercera, la manzana revela la parte de debajo de ella…-. Eso es lo que ven venir de arriba… Mediten sobre esto que entenderán….
Mientras mis pensamientos estaban en- vueltos en estas cuestiones me di cuenta de que mi cuerpo ya se había levantando de la cama y había dejado el hermoso colchón que tenía debajo de un árbol al costado de la Plaza Dorrego. De nuevo un día más en mi bella vida… Estaba otra vez caminando… Como dice el dicho, “Caminante no hay camino, camino se hace al andar”.
Entonces retomé mis pensamientos. ¿Pero cómo sería posible ver todo desde una cuarta dimensión?
¿Todos tendrían capacidad para poder ver planos en una cuarta dimensión? Brusca- mente mis pensamientos se interrumpieron. Al estar tan profundamente sumergido en ellos y caminando, me había llevado pues- tas unas sillas de hierro y una mesa blanca. Uno de esos juegos de mesa, que los bares de alrededor de la plaza colocan, para que los comensales consumidores pasen una tarde mágica.
Así que mientras me tocaba la rodilla izquierda, pues esta me dolía, decidí dejar mis pensamientos sobre la tercer y cuarta dimensión para después, en la soledad de mi interior retomarla. Las aves me miraban diciendo “Obtusa, tranquilo que tu amigo aliento divino está contigo en Valeria del mar”. Eso me reconfortó…
Algunos remanentes de supernovas caían sobre la plaza Dorrego y los humanos que en ella estaban eran bombardeados por estos invisibles rayos cósmicos… Aunque ellos no se dieran cuenta. Así que decidí seguir mi camino por la calle Carlos Calvo, dejando la plaza detrás de mí.
FIN
Ulises Barreiro (Escritor)
- Dedicado a tod@s las personas que duermen en la calle en el barrio de San Telmo que tienen un gran corazón y una gran humildad-
miércoles, 4 de septiembre de 2013
Te invitamos a participar de la 1era Conferencia para Jóvenes de la Región de Sudamerica
Jueves 5 de Septiembre19 hs Perú, Ecuador, Colombia, 21 hs Argentina
Teléfono: 17605697676Código: 921097
"Puedes hacer un sinfín de cosas porque estás vivo" Prem Rawat.
Iniciativas de Paz Global
lunes, 2 de septiembre de 2013
Se cumplen 40 años de la muerte de Tolkien El autor de "El señor de los anillos" y "El Hobbit" nació un 3 de enero de 1892, en Sudáfrica. Fue escritor, poeta, filólogo y profesor universitario
El lunes 2 de septiembre se cumplen cuarenta años de la muerte del escritor John Ronald Reuel Tolkien, autor que sigue cosechando millones de lectores atraídos por títulos como la trilogía de El señor de los anillos y El Hobbit, entre otras publicaciones.
En ellas, Tolkien creó personajes fantásticos (hobbits, elfos, enanos) y lugares imaginarios (Tierra Media), un mundo de detalles históricos, naturales, geográficos, culturales y por encima de todo lingüísticos, en el que los protagonistas viven un sinfín de aventuras en su lucha contra las fuerzas del mal.
Su apellido se magnificó luego de que parte de su obra fuera llevada al cine por el cineasta neocelandés Peter Jackson.
Tolkien nació en Bloemfontein, Sudáfrica, un 3 de enero de 1892. El autor se interesó por el lenguaje desde temprana edad, sobre todo por las lenguas del norte de Europa. De ahí surgió uno de sus hobbies: inventar idiomas. Su principal interés profesional fue el estudio de la lengua anglosajona y su relación con otros idiomas del mismo origen.
Las aventuras en la Tierra Media componen el grueso de la obra de Tolkien, reflejada en El Señor de los Anillos, El Hobbit, el Silmarillion y la pequeña colección de curiosos poemas Las Aventuras de Tom Bombadil.
A esto hay que añadir trece volúmenes publicados por su hijo y que recogen los trabajos inconclusos del escritor: cientos de relatos sobre los personajes de su mundo, distintas versiones de sus historias y estudios sobre la creación de su monumental obra.
Como filólogo, Tolkien tuvo la capacidad y el placer de leer los más antiguos relatos mitológicos de Europa en su lenguas originales, como los celtas, que sumada a su imaginería conformaron la columna vertebral de su obra.
Tolkien, que murió a los 81 años de edad el 2 de septiembre de 1973, nunca pudo enterarse de lo exitosa y venerada que terminaría siendo su obra, elegida como "libro del siglo" en Gran Bretaña.
Saludos cordiales
Ulises Barreiro (Compilador de la noticia)
domingo, 1 de septiembre de 2013
viernes, 30 de agosto de 2013
“Barriga llena, corazón contento” x la fundación Prem Rawat
Creado en Jueves, 30 Mayo 2013 17:39
- Escrito por La Fundación Prem Rawat
María Silvestre Requena Pool, de 32 años, madre de una gran familia maya, ha estado madrugando una vez a la semana durante dos años para ayudar en la preparación de desayunos calientes en la escuela primaria a la que asisten sus hijos.
“Al principio nuestros maridos se enojaban porque partíamos a cocinar temprano a la escuela, pero cuando les preparamos a ellos lo que aprendimos les gustó, ya que pudieron probar nuevos platos”, comenta.
“La comida es diferente todos los días”, cuenta Guadalupe, la hija de 11 años de María, “tiene muy buen sabor, en mi casa solamente comemos frijoles. Estoy más interesada en ir a la escuela porque aprendemos mejor cuando comemos allí”.
María y Guadalupe han sido beneficiarias durante dos años del programa de nutrición Comidas Calientes en la zona rural de Kunché, aldea Maya de la península del Yucatán. Desarrollado y administrado por Compartimos Bienestar y Salud Para Los Niños Mayas I.A.P., organización mexicana sin fines de lucro dedicada al bienestar y salud de niños mayas, el programa está basado en una idea tan sencilla como práctica: cambiar la vida de las personas mejorando su dieta.
Con la ayuda de fondos provenientes de la TPRF, Bienestar compró comida nutritiva y de bajo coste para proporcionar desayunos equilibrados a los niños, reclutando a madres de los escolares para que asistieran por turnos a cocinar para ellos en la escuela. De este modo aprenden a preparar alimentos que no les resultan familiares, lo que podría suplementar los platos tradicionales de su hogar y mejorar la salud de toda la familia.
Inicialmente se esperaba que la donación de la TPRF cubriera los costes del programa durante un año, pero se extendió a dos, beneficiando así a 90 familias de esta empobrecida región.
Eduardo Manuel Raz Chan, director de la escuela, explica: “al comienzo, trabajar con los alumnos en el aula era difícil, ya que les faltaba energía, se dormían en clase, se quejaban de dolores de cabeza y estómago o les sangraba la nariz, lo cual se debía en gran parte a la desnutrición, ya que principalmente comían tortillas y frijoles”.
“Todo cambió con la llegada de Bienestar a Kunché. La expresión ‘barriga llena, corazón contento’ definitivamente se aplica en este caso. El nivel de aprendizaje mejoró con la implementación del alimento que suministra Bienestar, el cual provee nutrientes que los niños necesitan. Las clases de educación física son un éxito desde que comen como deben, los niños las disfrutan y no hay necesidad de recurrir al equipo de primeros auxilios”.
Los maestros han sido testigos de cambios positivos en los niños que conducen a otro tipo de mejoras en la escuela, tales como seguridad, higiene y agua limpia, según informa la Presidenta de Bienestar, María José Medina Díaz.
“Me complace mucho informar de que el programa de nutrición Comidas Calientes ha sido un éxito completo”, menciona, “en nombre de la Fundación Bienestar, las familias mayas y el mío propio, queremos expresar nuestro más sincero agradecimiento a la Fundación Prem Rawat y desear lo mejor para sus vidas”.
Mas info: en:
domingo, 25 de agosto de 2013
La Chola Paceña y su historia por el periodista Alberto Medrano
Historia de la Chola Paceña
Hablar de la chola paceña implica encontrarse con maneras y modos de vestir que sobreviven por más de 500 años y que buscan formas de hacer más bella su presentación en la actualidad, en su propio estilo de atuendo, adjuntándole elementos que adornan, colorean, suavizan, protegen y embellecen la imagen que desprende la chola en su presentación, accesorios de la propia modernidad a los cuales se accede y que en el pasado eran restringidos sólo al uso de las “damas”, “señoras”, “señoritas”, de vestido.
Origen del nombre
Según don Antonio Paredes Candia, en su libro “La Chola Boliviana”, la palabra chola procede del español chulo: palabra que identifica al individuo varón, que colabora con el torero, dentro del ruedo de toros, distrayendo al animal cuando el matador hace cambio de capa. La hembra del chulo la chula, “…vestía saya larga, plisada, una blusa adornada de encajes y volados y sobre los hombros un mantón de espumilla, bordado de flores, el llamado mantón de Manila. La chula es muy donairosa en su porte y atrevida en sus actitudes y palabras”.
VESTIMENTA
La moda actual en el vestir que usa la chola paceña se manifiesta en tres aspectos concretos: el uso de los cosméticos; el material importado para confeccionar la ropa; y las últimas ideas que se manifiestan en las joyas. Una estratificación de la chola paceña respecto a estos tres aspectos la caracterizan en los distintos espacios sociales, y de las diversas actividades en las que se desenvuelve como son las tradicionales fiestas a lo largo del año, donde tienen la oportunidad de demostrar coquetamente su elegancia y el costo al que llega todo su vestir. También se distinguen las damas de pollera que ejercen una profesión, especialmente en el tiempo reciente en que la chola no está ausente de ningún ámbito laboral.
“Los españoles trajeron la pollera, el sombrero borsalino, y gran parte de la indumentaria con la que fomentaron la vestimenta de los indios asimilados y de las cholas”.
Atuendo de antaño
“La mestiza en los siglos XVI y XVII… tenía vestimenta que la distinguía de otros estamentos sociales. Acostumbrada a usar ropa de sedas, tafetanes, terciopelos… Su atuendo consistía en pollera, manta, sombrero, jubón ajustado y botas. En general, la vestimenta de la chola se caracterizó por el lujo y colorido y elegancia que le valió el nombre de “chula” en señal de admiración o algo de desdén por parte de los europeos residentes…”.
El sombrero caracteriza la vestimenta de la chola paceña, en tiempos anteriores poseía su propio estatus como parte del atuendo total, donde la marca y calidad eran muy importantes; en los últimos años el sombrero ha sido prenda codiciada para los ladrones por su costo y fineza motivo que obligó a que gran parte de las senoras de pollera dejen de usarlo cotidianamente.
Detalles
Hasta antes de 1920 el sombrero que lucía la chola paceña se hallaba elaborado (tejido) con la fibra de las hojas de la hierva del esparto, posteriormente cubierto con el pigmento del albayalde (un preparado de carbonato de plomo), sobre los cuales finalmente se realizaba un lustrado con otro preparado de azufre. A partir de 1920 comienza a ponerse de moda el sombrero bombín de fieltro importado por fábricas americanas, italianas, alemanas, principalmente. Un sombrero de la chola paceña que en sus inicios tenia, en cuanto a medidas, una altura aproximada de 15 centímetros, con unas alas, o faldas, planas de 5 a 6 centímetros, y un color que predomino en esos tiempos: el blanco.
LA MANTA
En el pasado “La chola paceña usa dos mantas: la de pecho, que generalmente es tejida de lana de vicuña y prendida a un hombro con un alfiler de delicada orfebrería y la que llama manta de abrigo que le cubre los hombros y la que ella sostiene en los antebrazos, por delante, Esta manta puede ser de lana o de seda, de acuerdo a la edad de la mujer. Si de lana, de colores sobrios; si de seda, hermosamente laboreada con bordados de caprichoso diseño. Las mantas que lucia la chola paceña por los años de 1800 eran de un material de seda con los respectivos bordados, importados desde Alemania”.
En la actualidad la mayor parte del conjunto social de la chola paceña reemplaza la manta de abrigo por una especie de corpiño tejido (a manera tal vez de una chompa) en el cual se puede observar una infinidad de diseños tejidos por la propia chola o adquirido en una tienda o puesto de venta.
CHAQUETILLA
La chola cubre su busto con una chambra muy laboreada que de acuerdo a la región en donde se usa o a la calidad de la tela con que ha sido confeccionada, lleva diferentes nombres. En la ciudad de La Paz recibía el de chaquetilla, “generalmente confeccionado de la misma tela de la pollera y hermoseado con encajes en el pecho”; y el nombre de jubón era más propio de una prenda similar, pero de otra tela que usaba la mujer campesina.
POLLERA
Respecto la pollera se puede destacar que consta de cuatro alforzas o bastas, al mismo tiempo que es larga y gruesa respecto el clima frío en el cual se halla la chola. Otro aspecto esencial que podemos mencionar de la pollera son las distintas calidades de telas de las cuales son elaboradas: unas más industriales otras más artesanales.
Un aspecto que también creó diferenciación en el tipo de vestimenta que usó la chola paceña hace bastantes años fue la tela producida artesanalmente en el área rural (utilizado por las mujeres de ese espacio) y las telas importadas desde el extranjero (que utilizaban las mujeres en las áreas urbanas) para confeccionar la pollera.
LAS ENAGUAS
Además, respecto a la pollera también se hallan las enaguas. Sayas, fustán, centro o “mankhancha” en idioma aymara: una subespecie de polleras interiores a la pollera exterior: que se utilizaban entre la propia pollera exterior y la ropa interior, hecha más que todo de tela blanca (tela blanca que pudo ser lienzo, lino, tela de algodón, tocuyo, u otro, pero que tiene que ser algo más delgado, suave y liviano; para cumplir con uno de sus objetivos: brindar calor en las temperaturas frías), que de igual forma baja hasta, casi, la misma altura de la pollera, atada también a la cintura, que dejaron ver en aquellos tiempos los encajes que las adornaba.
LAS BOTAS
Uno de los principales cambios que se puede observar, en todo el conjunto de la vestimenta de la chola paceña, desde el pasado hasta la actualidad versa sobre el tema de los zapatos.
Las botas hacen referencia al tipo de zapato que utilizó la chola paceña hace bastante tiempo. Antonio Paredes dice “un detalle que les caracterizó fueron los colores variables, como el color negro para uso diario, color paja, o botas con un color champán para asistir a las fiestas, el color blanco, crema, plomo, marrón, dorado no fue la excepción. Sus pies calzados por botas de caña alta, cuatro dedos debajo de las rodillas, ajustadas a las piernas, confeccionadas en cabritilla o gamuza, con abotonadura a un costado o con pasadores en la parte delantera y un taco estilo Luis XV. Las botas eran fabricadas por un famoso zapatero de apellido Tovar.
LAS JOYAS
En el pasado, hace más de un siglo, según la información de Antonio Paredes Candia, las joyas evidentemente fueron, y aún son en la actualidad su tarjeta de presentación. “Para la chola, las joyas son la tarjeta de presentación de su estatus económico y social. Antes de dictarse la Ley de Reforma Agraria, por las joyas que lucía una chola se podía categorizar, señalar a cual estamento de su clase pertenecía la mujer. Si era chola de primera, es decir la auténtica mestiza de padre blanco y madre india, sostenían la manta de pecho con broches que la chola paceña los denominaba bastones y topos, los primeros de uso diario y los segundos para engalanarse en un día de fiesta o asistir a un convite”.
LA RAMADA
Se constituye en otra de las joyas, que como lo señala Antonio Paredes Candia, la ramada hace referencia a un tallo, a una rama, de la cual se desprenden hojas que se hallan entre los capullos que se hallan al costado –dos a cada lado y uno que se halla en la parte superior, además de hallar sobre la misma rama, o tallo, una flor retratada con el mismo material de la rama al igual que las hojas (oro) por debajo del capullo que se halla en la parte de arriba. Sus manos llevaban en sus dedos anillos con rubís, esmeraldas y otras piedras preciosas. No existiendo datos precisos.
Alberto Medrano
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